El templo profanado

Jesús y sus seguidores viajaron a Jerusalén. Cuando llegaron, ya casi era la época de la Pascua judía. Fueron directamente al Templo. Era el mismo sitio en donde María y José habían encontrado a Jesús cuando se les perdió siendo niño.

Cuando Jesús llegó esta vez al Templo de su Padre, no le gustó lo que vio. En vez de ver personas orando a Dios y estudiando las leyes de Moisés, encontró gente que usaba el Templo como mercado.

Ahí vendían ovejas, cabras y aves para ofrecerlas como sacrificio. En el Templo se escuchaban los balidos, mugidos y gritos. Los discípulos de Jesús lo miraron. Sabían que él estaba muy enojado.

De repente, Jesús tomó un látigo y corrió por el patio interior del Templo. Sus discípulos se quedaron inmóviles, mirándolo boquiabiertos. Jesús corría de un lado a otro. Sacaba los animales y la gente. «¡Fuera!», gritaba. «¡Saquen todo esto! ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado?»

Volcó las mesas de los que cambiaban dinero. Las monedas se esparcieron por todo el piso. Los animales corrían en todas direcciones. La gente gritaba.

Cuando Jesús terminó, tomó unos minutos para calmarse. Luego comenzó a predicarle a la gente que lo había seguido. Durante las festividades de la Pascua, él le predicó a la gente sobre Dios. También hizo varios milagros. Muchos creían lo que él les decía. Querían aprender más y prometieron seguir siempre a Jesús.