
Jesús calma la Tempestad
La tormenta
Al final de un día en que había estado sanando a los enfermos, Jesús señaló hacía una barca cercana. Les dijo a sus discípulos: «Vengan conmigo.
Cruzaremos al otro lado». Esa era la única oportunidad que tenía de alejarse de las multitudes. Jesús estaba cansado. Necesitaba descansar.
Al principio el agua estaba calmada. Algunos de los discípulos miraron el cielo.
«Este viaje en barca no nos va a dar ningún problema», dijo uno.
«No te confíes. Tú sabes cómo se puede enfurecer el mar. Por ahora parece calmado», dijo otro. Los discípulos se dirigieron a diferentes panes de la barca.
Tan sólo unos pocos momentos después sintieron que la barca se iba a volcar. De seguro estaban en medio de una tormenta. Todos sintieron mucho miedo.
Uno corrió a tornar el timón. El viento seguía cambiando. Los hombres se resbalaron varias veces. Pudieron asirse de uno de los lados de la barca. Esto impidió que las enormes olas los tiraran fuera de borda.
Las olas golpeaban ambos lados de la barca a la vez. Los hombres se precipitaban de un lado al otro. El capitán se esforzaba por controlar el timo. La barca se inclinaba peligrosamente de un lado a otro. Los hombres se sentían desamparados.
Se miraban unos a otros. “Tenemos que despertar a Jesús”. Cuando lo vieron durmiendo en un almohadón, lo despertaron.
“¡Maestro! El mar está enfurecido. ¡Esta es una tormenta terrible! Nunca llegaremos en una pieza al otro lado. ¡Sálvanos!”
Jesús pasó su mirada de una cara angustiada a otra y luego se puso de pie. Extendió los brazos hacia los lados. El viento hizo que el cabello le tapara la cara. Su voz se oyó potente al decir: “¡Cálmate!”
La otra orilla
Tan pronto como Jesús dijo: «¡Cálmate!», el viento se calmó. Las aguas bajaron. Pedro corrió a la orilla y miró el mar. Pudo ver su rostro reflejado en el mar oscuro. Corrió de regreso donde Jesús y cayó de rodillas aliviado.
Jesús les dijo: «¿Por qué no tienen más fe? No hay razón para tener miedo cuando están conmigo». Caminó al otro lado de la barca.
Nadie se atrevía a hablar. Un silencio profundo se apoderó de ellos. Estaban asombrados y tenían miedo.
«¿Qué clase de hombre es este al que seguimos? Si hasta el viento y las olas le obedecen». En medio de su asombro se hacían la misma pregunta unos a otros.