
Historia del sacrificio de Isaac
Abraham e Isaac
«¡Abraham!», llamó la voz de Dios. «Toma a tu hijo. A tu único hijo Isaac. Sé cuánto lo amas y por eso te pido hacer esto que es tan difícil. Quiero que me devuelvas a Isaac».
Abraham no dijo nada. El Dios que él conocía jamás querría que él matara a su propio hijo. Abraham sabía eso. Dios había prometido que Isaac tendría muchos hijos y entonces ¿cómo podría pasar eso si Isaac muriera?
Era como ir de la mano de un amigo cuando no puedes ver para dónde vas. El amigo ha dicho que vas camino a un hoyo profundo y que puedes caer en él. De todos modos te aferras a la mano de tu amigo porque es la única guía en la que puedes confiar. Tu amigo no te abandonará. Lo sigues paso a paso.
Abraham sabía que él podía decidir no confiar en Dios. Podía decir que no. correr atemorizado y tratar de esconderse. Pero ¿quién puede esconderse de Dios? O podía decidir confiar en Dios. Quizás en el plan de Dios había más de lo que parecía.
Confianza verdadera
A la mañana siguiente, Abraham despertó a su hijo muy temprano: «Ven, Isaac, vamos a dar un paseo».
Como Isaac ya era un joven, Abraham lo hizo cargar la leña. Le dijo a su hijo que iban a ofrecerle un sacrificio a Dios. Abraham llevaba el cuchillo.
Algunas veces Isaac le había hecho ofrendas a Dios para darle gracias. Pero esta vez era diferente. Algo faltaba.
«Padre», le dijo Isaac.
«Dime, hijo mío».
«Tengo la leña», dijo Isaac, «pero ¿dónde está el cordero que generalmente sacrificamos como ofrenda?»
Abraham le contestó: «Dios proveerá
Salvado a tiempo
Después de viajar tres días, Abraham dijo que ya habían llegado lo suficientemente lejos. Entonces le dijo a Isaac que subiera al altar.
Isaac miró a su padre. Pudo ver en los ojos de Abraham el amor que su padre sentía por él. Isaac decidió confiar en Abraham. Mientras se acostaba, le pidió a Dios que lo mantuviera a salvo.
Abraham se paró junto a Isaac, con el cuchillo en alto. Justo cuando iba a matar a su hijo, un ángel le dijo: «¡Abraham, Abraham!» Abraham se detuvo, sosteniendo el brazo a medio levantar. «No le hagas daño al muchacho. Ya has demostrado cuánto confías en Dios para todo, inclusive para entregarle la vida de Isaac, que es tan especial para tí».
Abraham volvió la vista y vio un camero cuyos cuernos se habían enredado en un arbusto. Esa era la ofrenda que Dios había provisto. El ángel lo llamó de nuevo desde el cielo: «Abraham, Dios dice que como confías tanto en él, hará que tu familia sea tan numerosa como las estrellas del cielo. Todas las otras naciones del mundo serán bendecidas gracias a tí».
Isaac y su padre se abrazaron. Tanto el padre como el hijo se sentían muy felices de estar juntos.